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sábado, 23 de noviembre de 2019

Las veces que robé libros para salvarlos de primates e inclemencias del futuro

La primera vez que hurté (un libro, porque no dudo haber delinquido con anterioridad) fue en la secundaria. Por razones que no recuerdo la biblioteca del plantel educativo optó por repartir los libros a cada uno de los salones para quedarse ahí apilados sobre una repisa flotante color naranja rancho alegre viéndose bien inútiles porque hasta como adorno pasaban desapercibidos.

Ni siquiera me acuerdo cómo es que algunos de esos libros caían en mis manos porque no recuerdo haberme desplazado de mi asiento hasta esa repisa para tomar uno con determinación y curiosidad necesaria. Supongo que se debe a que mi grupo acostumbraba realizar "guerra de libros" y como idiotas lanzaban los que tuvieran al alcance en un todos contra todos.

Así fue (supongo) como llegué a dar con este libro. No tiene nada más que ilustraciones que "narran" las penurias de un cuadrúpedo abandonado en la carretera. Es de imaginarse que quedé tocado con semejante cosa si les digo que lloré a raudales con la película Siempre a tu Lado.

Lo dejé estar en la repisa fea pero con una idea demandando quedárselo en un susurro casi inaudible. Como las guerras no cesaban, y no iban a, me armé de mucho valor consciente del delito que estaba a punto de cometer y realicé la difícil tarea de meterlo en mi mochila. Y ya. Fue todo. No me sentí mal porque un mal no le estaba haciendo a nadie. Es más, estaba seguro que semanas después me lo volvería a encontrar convaleciendo en el bote de basura por las actitudes impertinentes de mis compañeros.


La segunda audacia la elaboré en la preparatoria. Me enfermé de una rebeldía sin causa por un lapso considerable y durante ese tiempo me la pasé de vago con otros más dentro y fuera de las instalaciones. Una ocasión nos metimos a un salón desocupado por la simple razón de estar y pendejear porque qué más se podría hacer aparte de arrastrar los pies y la mochila aquí y allá.

El escritorio era de concreto con un espacio rectangular por debajo donde iban a parar libros pertenecientes a una raza antigua de pies descalzos. De entre ellos destacó uno azul que resultó ser de Literatura del semestre previo al que estaba en curso. Pese a que no conocía absolutamente nada más que un par de novelas y autores populares —como Stephen King o Harry Potter, por ejemplo—, sabía que La Metamorfosis es una de las obras más influyentes de la literatura, y esa fue razón suficiente para sopesar la idea de hurtar por segunda ocasión. Supongo que habré pensado que me juzgarían de ñoño si me veían apropiándome de ese libro así que lo dejé en el lugar donde lo encontré hasta que decidimos irnos de ahí (o nos corrieron).

Me detuve a escasos pasos detrás de ellos y, decidido como nunca lo he estado en mi vida, di media vuelta y le cambié el rumbo de su existencia llevándomelo a casa. Eso ocurrió hace diez años y hoy es día que no lo he leído. Y esto solo hace que sienta que el crimen cometido fue en vano. Pero la esperanza muere al último, ¿no?

Cabe destacar que no estoy justificando un robo, especialmente porque las excusas las confunden con razones o tergiversan su significado a conveniencia. Aunque pensándolo bien, no, no me arrepiento. Sé que pudo ser peor pero no lo fue y técnicamente no eran de nadie so there.


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