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martes, 10 de diciembre de 2019

Algo sobre las promesas

Hace un par de semanas estuve tomando en casa de un amigo. Subimos a la terraza, en el tercer piso, y nos quedamos ahí gran parte de la noche. Platicamos de mucho que hoy día ya no recuerdo, pero que quedó grabado como uno de los mejores momentos que he pasado con él. Entre recordar lo que fue de nosotros y lo que es ahora, lanzamos una pregunta al aire: "¿Qué será de nosotros mañana?".

Aunque son esa clase de preguntas sin respuesta, por dentro y hasta el día de hoy me quedo tratando de responderla. Prometo que, pase lo que pase, estaré a tu lado. Prometo ser un fiel amigo. Prometo que nada cambiará entre nosotros. Pero no me gusta. No me gusta prometer. Soy escéptico pero sí creo que las cosas no salen cuando uno las cuenta. Así también, considero que uno termina haciendo todo lo que alguna vez dijo que jamás haría. Las circunstancias orillan al cambio. No es que esté en mi mente traicionarlo de cualquier forma posible, pero las palabras sobran ante la veracidad de los hechos. Entonces, ¿es necesario prometer, o mejor dicho, es necesario esperar a que se cumplan?

A los dieciséis un amigo me forzó a que jugara fútbol con él y otros tantos. De todos los deportes en el mundo ese es el que menos me ha gustado pero ahí estaba yo haciendo el ridículo público. Lo importante de esto no es lo que hicimos sino dónde. El campo era enorme —bueno, ni lo era, pero para mí lo fue como cuando vas a algún lugar por primera vez y todo lo ves así, enorme—. Recuerdo que era como una imagen panorámica que no cabía en la visión de mis ojos. Casi casi tenía que empezar de un punto a otro como si estuviera leyendo. César me dijo que esto no era nada, y que algún día me llevaría a no sé qué lugar en la camioneta de su papá para que pudiera apreciar el cielo y su infinito a través de la noche así como alguna vez él lo hizo.

Pasaron diez años de eso. Aunque después de salir de la preparatoria seguíamos hablando, son más los años de ausencia que otra cosa. Después cerró su cuenta de Facebook y no volví a saber nada más de él hasta que un amigo en común me pidió que lo buscara ahí mismo. Y lo encontramos. Aparte de haberse casado también era padre. Este chavo pareció haberse tomado personal que nos excluyera de eventos así de importantes y no negaré que me tomó por sorpresa todo esto pero tampoco me sentí mal. Todos tenemos derecho de rehacer nuestra vida o simplemente seguir adelante acompañado de más o menos personas. ¿Eso lo hace mal amigo? Para mí, no.

Estoy seguro que lo hubiera resentido si eso hubiese pasado cuando nos veíamos a diario, porque él era ese amigo incondicional que siempre me acompaña en cada etapa que emprenda, y qué triste que "ese amigo incondicional" tenga distinto nombre, apariencia, y forma de pensar pero así ocurre con todos y con todo. No es reemplazo. Es "esa clase de persona" de determinado espacio y tiempo.

A veces me pregunto si se acordará de mí. Seguramente sí pero me gusta más saberlo que suponerlo. Dudo bastante que se acuerde de dicha promesa, porque yo sí y no porque me haya quedado con las ganas. Eso es algo aparte. Me gusta pensar que las promesas —de ese tipo— se concretan aunque no las experimentemos, porque al menos él tenía en esa noche la intención de hacerlo realidad independientemente de las posibilidades y circunstancias.

Las promesas no están hechas para cumplirse. Especialmente porque están sujetas a un tiempo definido y las capacidades presentes de quien las profesa.

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