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martes, 17 de diciembre de 2019

Lo bueno dura poco

Viendo en retrospectiva, me la he pasado recordando cosas de años de distancia a lo largo de mi blog. Tengo un post en borrador planeado a salir a finales del mes, donde digo que Diciembre para mí ya es más un recuento de daños que mes en sí. Y qué flojera hablar del pasado en el presente, sobretodo si se rememora con tal intensidad. Prometo cambiar eso. Esperen novedades.

Entonces, ¿por qué hablar del pretérito perfecto? Una mejor pregunta sería: ¿por qué no? A veces quisiera volver a mis años de infante pero con la mentalidad guarra de hoy para dejar bailando como pirinolas a aquellos que agotaron sus ganas de bullear en mí. A la secundaria para deshacerme de la timidez tan rápido como la pubertad me privó de mi cuerpo lampiño. A la preparatoria para aprovechar cada uno de los momentos que viví ahí en compañía y en solitario, haberme sentado frente a mi padre y decirle "cuénteme de usted", haber aceptado ir al gym, entre un gran etcétera —sí, también para echarle más ganitas—.

Haber perseverado en algún deporte. Como cuando un tío vio las coreografías de BTS y pronunció "ah, la energía de la juventud". Tiene 50 y no es que esté en silla de ruedas. De hecho, tiene bastante energía para su edad, pero ya no es la misma. Y se entiende cuando se me resbala algo de las manos y al agacharme me mareo y siento que ya es hora de prepararme un café y aventarle maíz a las palomas en algún parque cercano.

Quiero hablar también de la primera vez. Supongo que es colectivo y bajo los influjos de la experiencia decimos que no fue la mejor de todas pero, ¿se animarían a repetirlo? Y es que ahí quedó recolectado todo el factor sorpresa. Se haya ejecutado como se haya ejecutado, se recuerda por lo que fue y aunque puedas tener el mejor sexo de tu vida con alguien más en algún otro espacio y tiempo, la primera vez siempre será recordada por lo que es. O mejor dicho, por lo que fue.

Recuerdo el nerviosismo que tuve desde el momento que llegué a su casa. Tenía que gritar su nombre dizque para que me abriera la puerta y que los vecinos no sospecharan nada —claramente había recibido instrucciones tres minutos antes en la esquina de su cuadra—. Todo fue tan lineal, como una película adulterada. Besos aquí, toqueteos acá, presto, prestas; vaya, escaso de pasión. Ni me acuerdo siquiera de su nombre pese a todo, pero estaba guapísimo. Era idéntico al amigo hetero de un amigo hetero so, era una muy buena oportunidad para una primera vez.

De ahí uno ya lo hace porque quiere y, sobretodo, porque puede. Se pierde esa sensación especial al ver cómo uno se desnuda para el otro. Caduca rápido pero se atesora de todas formas. Así como la figura esbelta y la capacidad de comerse tres hamburguesas en una sentada sin temor a que los kilos de más se le noten con el paso del tiempo, especialmente porque uno sabe que eso no le pasará ya que le tiene fe ciega a su metabolismo.

Pero no todo es recordar. Aunque exprese abiertamente que sí me animo a volver al pasado, realmente no lo haría. El camino ha sido largo, y con todos sus pro y contras, lo he disfrutado y no cambiaría el resultado de todos los caminos tomados, invitaciones rechazadas, descuidos y demás.

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